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Con este cuadro, Munch creo uno de los iconos del siglo XX, y una de las mejores manifestaciones de la alienación del hombre en la sociedad moderna. Obviamente influido por su propia angustia existencial, su tortuosa relación con las mujeres y la reciente muerte de su madre, esta obra es un reflejo de su propia alma, de su propio grito interno. Para ello empleó colores arbitrarios y un simbolismo patente en el rostro cadavérico del protagonista, los mudos testigos de su grito, la violenta prespectiva y la aplicación de los colores en forma de bandas inestables. De este cuadro Munch realizó varias versiones. Una de ellas estuvo desaparecida durante un año (junto con una Virgen) después de ser robada y posteriormente recuperada, aunque en mal estado de conservación. La versión más famosa, de 1893, puede verse en el museo Munch de Oslo.
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