Hay quien considera a Manet como uno de los más grandes
genios de la pintura de todos los tiempos, y hay quien considera que las
innovaciones que el artista aplicó a su pintura, se debían a que no sabía
pintar… en cualquier caso, la evolución de la pintura en el siglo XIX no se
entiende sin él. Resulta curioso, que a pesar de que la crítica y el Salón lo
relacionaban con el grupo irreverente de los impresionistas (de los que fue
amigo, eso sí), Manet siempre buscó la aceptación en los círculos oficiales, algo que solo
consiguió al final de su vida…
Edouard Manet nació en París 1832 en el seno de una familia
acomodada. Su padre quería que fuese jurista como él, pero el joven Manet no
cosiguió la calificación suficiente. Posteriormente se enroló en la marina
francesa, donde tampoco logró graduarse. Fue entonces cuando su padre le
permitió dedicarse a la pintura. Estudió con Couture, y copió a los grandes
maestros en el Louvre, pues el siempre pensó que la pintura debía mirar hacia
el pasado y beber de él.
Manet presentó este cuadro, El ferrocarril, en el Salón de 1874. En él aparecen representadas Victorine Mourent, quien posó en este cuadro por última vez para Manet, y la hija del pintor Alphonse Hirsch, Suzanne, en el jardín de este, que colindaba con la estación de Saint Lazare. Para este cuadro Manet volvió a recurrir a un recurso ya utilizado en "El balcón", una verja de hierro que este caso ocupa todo el fondo del lienzo, y detrás de la cual, se ve el vapor del agua del tren que parte. Nuevamente la crítica condenó el cuadro, e incluso un malévolo crítico llegó a decir que Manet había colocado esa verja de hierro para evitar que las retratadas pudieran escapar de la fealdad que las acompañaba... Hoy se encuentra en el National Gallery de Washington.
En 1859 expone por primera vez en el Salón, “El
bebedor de absenta”, que supuso un pequeño escándalo, por el tema de la obra,
alejado de los temas religiosos y míticos de los pintores academicistas. Pero
Manet es un hombre de su siglo, y su siglo será lo que pintará, y eso le valdrá
más de un quebradero de cabeza. En 1861 expone “El guitarrista español”, que
tuvo una buena acogida, aunque su forma de pintar no era muy entendida por el
público. En 1863 las obras que presenta al Salón son rechazadas, y ese mismo
año, Napoleón III permite la creación del Salón de los Rechazados, y aquí Manet
expone “El desayuno en la hierba”, el primer gran escándalo de su carrera, al
presentar un desnudo femenino rodeado de hombres burgueses de la época, sin un
contexto mitológico… No solo se criticó el tema, sino también el estilo. Manet
se puso así en el punto de mira del jurado del Salón… Pero un escándalo mayor
fue la exposición de la
Olimpia dos años después, en el que representaba a una
prostituta de lujo atendida por su asistenta. Fue entonces cuando se dijo que
Manet quería ser famoso a base de escándalos…
Manet pintó este cuadro en 1879 y lo presentó en el Salón de ese año junto con "Pareja en un balandro", en un nuevo intento de obtener la aprobación oficial. En él, representa a su amigo Jules Guillemet junto a su joven esposa norteamericana, propietaria de una importante tienda de modas, y que era conocida por su elegancia y buen gusto. Aunque los dos personajes presenta una actitud aparentemente distante (sobretodo ella), esa distancia se elimina por la cercanía de las manos. La vegetación del fondo está tratada a modo de tapiz y permite realzar a los dos personajes. En esta obra, Manet huye de los cánones impresionistas, pero aun así las críticas no fueron favorables... Hoy se encuentra en la Gemäldegalerie de Berlín.
Sin embargo, estas obras fueron
muy celebradas por un grupo de pintores jóvenes que tampoco eran aceptados en
el Salón, y sin pretenderlo, Manet se convirtió en la cabeza del grupo
Impresionista. Sí que es cierto que por iniciativa de Berthe Morisot, se hizo
amigo de Monet, Renoir, Sisley y sobretodo Degas, a los que además ayudó
económicamente, pero nunca expuso con ellos (por no enemistarse más aun con el
jurado del Salón, aunque le valió de poco, pues la crítica le consideraba el
instigador de las exposiciones impresionistas). A pesar de ello, sí que asumió
algunas de las técnicas impresionistas a partir de su relación con Monet desde
1872. Precisamente en ese año, el marchante Durand Ruel le compró 24 cuadros, y
organizó la primera exposición impresionista. Mientras tanto, Manet siguió
intentando entrar a formar parte del Salón, pero las críticas a su obra eran
continuas, y su frustración cada vez mayor… No fue hasta 1880, con su salud muy
deteriorada, cuando se reconocería su talento, con una medalla de Segunda Clase
en el Salón y siendo nombrado Caballero de la Legión de Honor.
Un bar del Folies Bergere fue la última obra importante de Manet, y muchos la consideran como su testamento. En el cuadro se representa el animado cabaret Folies Bergere, en concreto una camarera de nombre Suzon, que mira melancólica y aburrida al observador, como esperando que decida lo que va a pedir (observador que se puede ve reflejado en el espejo, al igual que todo el local). Delante de ella, una naturaleza muerta de botellas de licor que demuestran la maestría de Manet para este asunto. Cuando Manet pintó este cuadro, ya apenas podía salir de su taller, y la modelo (que realmente era camarera del Folies Bergere) acudía hasta allí para posar detrás de una barra falsa. El resto del lienzo lo terminó con bocetos que había realizado previamente. Por supuesto, este cuadro también fue criticado... Hoy se encuentra en la galería Courtauld de Londres.
Después de la mala crítica de "Un bar del Folies Bergere", escribió al crítico Wollf una nota irónica diciendole que no le importaría leer en vida el maravilloso artículo que le consagrará después de muerto. Wollf no le daría esa satisfacción, y en la necrológica de Manet, que murió en 1883, después de sufrir
la amputación de una pierna, escribió que solo dos obras de Manet podían ser consideradas excelentes... El crítico se equivocaba, pues la fama y la cotización de Manet, no haría más que subir.