En 1903, Adele Bloch, la triste esposa de un importante industrial (fue un matrimonio pactado, de conveniencia en el que nunca surgió el amor), le encargó a Klimt este retrato, que no sería terminado hasta 1907, siendo la obra maestra del que se ha dado en llamar Estilo Dorado, por motivos obvios. En el retrato, la mujer aparece sentada en un sillón, en un entorno bidimensional, en el que tanto el sillón como el vestido de ella se funden con los mosaicos de colores y el fondo dorado de la habitación, un dorado que parece envolverlo todo, casi como si se tratara de un icono bizantino, sensación acentuada por el hecho de que de Adele solo se ven el torso, las manos y el rostro. Aunque la bidimensionalidad de la obra es una clara influencia japonesa, la verdadera influencia la encontramos en los mosaicos dorados bizantinos que Gustav Klimt había visto en Rávena en 1903. Adele Bloch-Bauer, una mujer melancólica, triste, depresiva, con posibles tendencias autodestructivas, y de la que se dice que tuvo una relación con el pintor, no quedó muy satisfecha con el cuadro, por el mero hecho de aparecer sentada, por lo que Klimt le dedicó otro retrato unos años más tarde (1912), Adele Bloch-Baur II. Los dos retratos se encuentran hoy en la Österreichische Gallerie de Viena (Museo Belvedere).
Lámina en A4, 15€
Lámina en A3, 25€